lunes, 17 de enero de 2011

Una conexión única

Cómo describir la partida del primer kayak… Silencio.


La nostalgia sostenida, apretada mientras mi compañero se iba a Ushuaia en un día típico muy ventoso en Río Grande, que lo hacía todo más dramático, cuando apenas me atreví a mirarlo de reojo por la ventana hasta que su popa desapareció.

Silencio autoimpuesto. Por largos días, más de un mes.

Un silencio que terminó por quebrarme con el arribo del nuevo bote, la vedette: el SDK Aoniken azul que descansa en mi cocina, intacto, perfecto, a estrenar…




Fue como si la apertura de una nueva etapa trajera simultáneamente el entierro de lo pasado.

El paso evitado y autoimpuesto.

Lo que me aqueja, lo que siento, no es del todo extraño. Más de una vez he leído cómo algún colega llora la partida de su compañero. Y trata de poner en palabras un sentimiento indescriptible.

Porque.. cómo se define la relación con un objeto inanimado, una embarcación.

Qué la hace tan especial, tan de adentro.?


La historia compartida de navegación. Los momentos, derroteros, circunstancias, condiciones?

No me atrevería siquiera a banalizar esta relación porque muy en mi interior lo que sobreviene es algo más profundo.

En mi caso, no se trata de travesías con el Avatar. Ni kilómetros recorridos. Marcas.

                                                                      

No se resume simplemente a recorridas deportivas. El río que bajé , cuántas horas remé, cuántas veces volqué.

Lo que logré y lo que no sorteé.

No se trata de mí. Se trata del AVATAR.

Se trata del bote que me llevó.


                                                                    

Sólo al darme cuenta del criterio que aplico hoy para la elección del nuevo kayak, puedo ver y entender quién fui y saber quién me acompañó. Quién cargó conmigo…

Siempre se habla de los kayaks en términos de características y prestaciones. Estabilidad primaria, secundaria. Capacidad de mantener el rumbo. Peso. Capacidad de carga. Maniobrabilidad. Velocidad. Comportamiento en oleaje.

Se habla de la embarcación. Del objeto “inanimado”.


En Ushuaia descansa, a la espera de nuevas navegaciones en el Canal Beagle, el Atlántico, Pacífico tal vez…  MI COMPAÑERO, el bote que fue mi GRAN MAESTRO.

El kayak que tuvo la gran virtud y habilidad de transmitirme la confianza necesaria para adentrarme en la actividad y me llevó siempre por sus caminos, en esta isla y sus especiales características, cuna del sacrificio muchas veces no buscado pero saboreado.

Esa es la capacidad de la que yo hablaría.

La maniobrabilidad y estabilidad necesarias para cargar con un remero recién iniciado que se sienta por primera vez tenso por el sólo hecho de probar algo nuevo, con fama de llevarlo encerrado en una cascarita endeble.

La estabilidad óptima para hacerlo ingresar en el agua fría de Tierra del Fuego en toda época, con la conciencia de la experiencia nula y el permanente temor al vuelco, pero transmitiendo siempre una sensación amena debajo que hace al aprendiz tímidamente querer ir un poco más allá, en un acto de arrojo o de fascinación por las sensaciones ... que provee una actividad especial como el kayak, por el sólo hecho de llevarte a un mundo visual y auditivamente PARALELO y UNICO.

Ese aprendiz va a conectar con ese compañero necesariamente de manera especial, por el regalo sin par que éste siempre le va a hacer, sin pedir nada a cambio.

La experiencia de llevarlo gentil y tranquilamente, a la vía, el camino sin escalas de conexión con su ser interior, quién es en sus límites y con el mundo de la creación, el contacto que relaja, lo lleva a hacer las paces consigo mismo, le muestra espontáneamente la esencia de la vida y del ser en un acto tan simple.

El aprendiz va a posar su ser y toda su confianza en este compañero, que aún cuando lo sabe desconcertado y tenso por un nuevo contacto en la experiencia, lo va a esperar, va a perdonar, la tensión transmitida sin equívoco, por esa ráfaga repentina, que afortunadamente vino de frente, y transmitió un efecto visual en el agua, que el remero intentará descifrar, aprender a decodificar, para dejar de temer y saborear mas allá la sensación de haber traspasado una puerta más en su propio límite.

Una nueva onda en el mar, leve como para mecerte o marcada como para inquietarte hasta que te acostumbres a ella. Por como quiera que sea, el compañero estará debajo copiando armónicamente esa interacción y te dará el impasse necesario y justo donde el tiempo se detendrá, hasta salir nuevamente de abajo en algo a todas luces positivo, un límite más...

Y la historia se va a ir construyendo palmo a palmo, para ese hombre y ese bote.


Y los de afuera pensarán que es pericia del “kayakista”, capacidad de equilibrio, aptitud deportiva, rusticidad, resistencia necesaria.

Cuando hoy sólo puedo ver la habilidad del kayak por encima del kayakista.

Muy dentro será una relación única, de confianza total, lealtad, entrega, amor y compañerismo.

                                                                           

Una relación de humildad, de asumir que no sólo transmitió sensación de estabilidad sino que por su misma capacidad de ser estable “recuperó” miles de veces a la kayakista estresada y la transportó a una navegación segura lejos del vuelco, cuando la mente, el temple y la resistencia ya no estaban presentes y la caída al agua hubiera sido el camino lógico.

Una ecuación parecida al PERDON.

Una conexión espiritual profunda, un intercambio de energías en un ambiente muy genuino, donde no existen falsos egos ni discursos. Sólo un encuentro intensísimo con el medio natural, y nosotros dos.

Una conversación muy íntima en medio del miedo, estrés, la garra, la pasión, la euforia, la fascinación…

En los momentos más increíbles y especiales para el alma, tuve un mudo testigo, que compartió el despliegue de energía poderosa natural.

Cuando las condiciones se tornaron extremas para mí, nunca estuve sola. Hubo una conversación hasta verbal por momentos, a la recurrí para controlar mi temor, mi ansiedad, como hablando con el espíritu de mi bote, en quien yo descansaba sin reparos para sentirme segura y buscar saborear más el momento único de navegación, del que saldrían cosas trascendentes.

El bote fue ese gran sostén y compañero de lucha, en el que me apoyé para fortalecer mi psiquis atacada, fue el puerto inamovible y seguro en el que siempre me afirmé, su estabilidad y su capacidad de navegar óptimamente y no estar siquiera cerca de zozobrar dieron con la respuesta a mil preguntas y con el resultado una vez más.

Y se convirtió en la gran catapulta para lanzarme a nuevas experiencias, aguas para mí más desafiantes.

Sólo porque me hizo sentir segura. Las respuestas difícilmente hubieran salido de mí, sin esta poderosa ecuación: el Avatar y yo.

Este camino, me definió, me hizo sentirme kayakista.

Mi historia fue la que fue por el kayak que me llevó siempre.

En ese sentido no habrá un bote como ese. Será siempre único.




Moni