martes, 10 de mayo de 2011

Lo que brinda el mar


Por estos días hago mi camino de instrucción en la rompiente. Siento la ferviente necesidad de dar este paso en el mar. Aprender a lidiar con esa masa de agua que te rompe encima  y te “ataca” de diversas formas. Veo como el siguiente paso en mi camino, el empezar a conocer el comportamiento de las olas rompiendo, y captar el diferente comportamiento que le provocan al kayak producto de esta reacción, y mi posterior respuesta.
Antes de aprender a captar la interacción física, y empezar a ver de aplicar la técnica de los apoyos, siempre hay un juego mental, como prácticamente todo en el kayak, que hay que aprender a manejar.

Llegar al mar abierto, bajarse del auto, y encarar ese mar abierto en plea con su rompiente de turno siempre es inquietante. Hay días que la ola no impacta enormemente, no levanta mucha adrenalina de verla,  y el juego posterior en el agua es el que manda.  Otros días, el sólo mirar al lado del kayak en la costa, mueve algo dentro, mezcla de adrenalina con miedo. Una necesidad irrefrenable de querer entrar, pero una prudencia lógica que te avisa en todo momento que aquello es lo más imponente, que vas a ser sacudido y probado sin duda. Y que has de prepararte para el chapuzón en aguas frías, y con el aditivo del viento helado, que enfría el organismo a un ritmo  dramático.
En Río Grande siempre es de esperar el aditivo del viento, que requiere otras consideraciones, la deriva mar adentro luego del vuelco, el regreso esforzado a la costa con viento de frente, y el posible revolcón que te terminará de extraer la poca energía que quedaba dando vueltas. El viento desgasta por sí solo, no necesariamente en el agua.

 Las olas que rompen en la costa son un mundo aparte. Amedrentan, generan respeto siempre, a quien está apostado allí para aprender. Desde el kayak se ven más altas, más imponentes, es difícil no ver el escenario algo distorsionado y dejarse llevar  por un sentimiento tal vez un tanto exagerado de que se está lidiando con algo peligroso.
Ese es el trabajo mental.  El ablande, o el fortalecimiento que sólo se forja con la práctica, de estar allí, en ese escenario visual, auditivo y táctil. Con tu kayak, bajo en proporción con respecto a esa masa. El camino de “ir haciéndose” en el mar, afirmar la cabeza, disponerse al juego, del manejo con la ola, el desgaste asegurado,la alta posibilidad de encontrar condiciones superiores a tu capacidad, el fruto posterior recogido que no tiene comparación. Pues luego de aprender a lidiar con olas rompiendo te sentís armado, mental y técnicamente para algo más, algo que en otras circunstancias, hubiera sido para el kayakista una “locura”.
Cuando  atravesaste situaciones mas “dramáticas” en algún aspecto, como el oleaje en el mar con viento  moderado a fuerte mar adentro, en aguas frías, empezás a sentirte más “armado”,”fuerte”, más confiado, con otro temple y otra actitud mental.

El cambio podría parecer no tan importante pero al ingresar a este mundo diferente en la navegación, algo cambia, un cambio se imprime dentro, fundamentalmente en la cabeza.

Una ola es siempre diferente de la otra, con el agregado de la ráfaga del momento. Un abanico de posibilidades para experimentar que termina por convertirse en el piso o base de instrucción perfecta.
Nunca va a venir del mismo lado del bote, o impactar en el mismo lugar, ni con la misma fuerza, ni la misma cantidad de agua, ni en el mismo momento de colapso de la ola. Otra serie de variantes que intento experimentar, sentir, ver cómo reacciona el kayak y qué respuesta demandan.

Me enfoco en el apoyo bajo porque he leído y escuchado de boca de expertos que es altamente efectivo en prácticamente todas las situaciones,  seguro y suave en el cuerpo. Porque me queda cómodo también, fundamentalmente.
Busco conectar con el “feeling”, la sensación in situ que te lleva a saber cuánto apoyo debes imprimir en la ola, por cuánto tiempo y cuánto inclinar el cuerpo y cuándo recuperarlo  con efectividad, un aprendizaje que sólo se puede tener en la práctica en vivo.


Es un juego divertido y eficaz, diría yo, aún estando a pasos de la costa. Cuando la mente se relaja y el cuerpo se suelta. Un buen testeo. Para ver que ola superás y con qué volumen se debe trabajar más. El mar siempre te muestra qué nivel tenés sin lugar a falsas interpretaciones, en la ola obtenés la información precisa de qué tenés y qué te falta. El encuentro con la ola y el vuelco es un feedback indefectible.

Para, en mi caso, ver que es imperativo trabajar el cuerpo de ambos lados siempre.  La misma ola que manejaba con efectividad de mi lado izquierdo donde he aprendido el rol,  es la misma que me tumbaba y de la que no podía recuperarme sobre mi lado débil en el lado opuesto. Un movimiento mal manejado corporalmente vuelca el bote, oficia de contrapeso y ancla abajo, y hace prácticamente irrecuperable el kayak, no importa cuánto apoyo se haya tratado de imprimir, la rodilla opuesta en una mala posición corporal vuelve a volcar el bote.
Como en el rol, el movimiento del cuerpo y la cabeza es fundamental a la maniobra.

Lidiar con olas pequeñas al principio es la catapulta progresiva para ir hacia las más grandes luego, un pequeño consejo de experto que intento hacer fructífero esta vez.
Más que una sensación de juego espontáneo con la ola como antes, hoy necesito trabajar sobre la mecánica para empezar a practicar seriamente en los apoyos y ganar efectividad y seguridad en las olas que rompen.

Mi camino va por la búsqueda de la seguridad de saber qué hacer en ese oleaje, no importa de donde venga, si estoy entrando o saliendo del mar. Hacer el mar un medio más amigable y conocido, estando más estable en ese ambiente, de la mano de la técnica, no de la improvisación.
Fuera de lo técnico, el mar tiene la magia de ser siempre increíblemente adrenalínico, divertido y muy adictivo.

Fotografías gentileza de Carina

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