jueves, 2 de junio de 2011

El yámana siempre por dentro





Siempre he dicho que el camino del kayakista es algo muy personal, totalmente particular. Por más que no estamos hablando de una actividad que no esté estandarizada o fundamentada en lo técnico, siempre finalmente la elección será en último término muy de cada uno.

Es personal supongo, porque se conecta con una parte del ser, bastante escondida, una puerta que abrimos sin querer al sentarnos y salir al agua, mas allá del “deporte”, o de la actividad que nos están vendiendo en estos tiempos, o de la inquietud que nos llevó allí, a ese momento.

Hay como una sensación de propiedad de la actividad, donde cada remero o kayakista  se autodefine, intercambiando lo físico con lo espiritual, para decidir hasta donde se extiende en este camino.
 Lo físico, para ver qué toma en cuanto a la perfección o destreza de las técnicas para desempeñarse en la embarcación,  y lo espiritual porque muchas veces la motivación viene de lugares tan internos que ni siquiera se puede explicar por qué la pasión, la obsesión, de conectar con la pureza de lo técnico, y se busca sin equívoco otra interacción tal vez, la “danza” holística cuando se siente que llegó el momento, de llevar esto más allá.

Esa inquietud será tan personal como el hombre o mujer que se adentre en las aras de esta actividad sin saber a dónde se dirige exactamente. Tan particular será su camino devenido de su temperamento, o fines; habrá un propio camino con el tiempo, habrá un perfil o sendero en la actividad del kayak donde cada uno decidirá  tocar su umbral en tal o cual punto.

Tan particular como la sensación de estabilidad en el bote, serán las derivaciones de esto.

Porque, como siempre digo el kayak prende, muchas veces te lleva por el camino de la pasión, y te encontrás elucubrando expediciones, sueños de kayakista explorador, con la ansiedad de que éste te lleve más lejos, más adentro aún… de ese viaje espiritual que en definitiva todos libamos, sentimos en menor o mayor medida.

Hoy deseo confesar, que en este camino que jamás imaginé, conviven dos kayakistas todo el tiempo. Cuanto más me involucro con lo que yo entiendo como los métodos para mejorar lo técnico y expandir mis habilidades hoy, más consciente soy de por qué remo, qué clase de remero me siento, qué espíritu convive dentro mío, con qué sentimiento interactúo con mi medio.

La esencia es siempre la misma. Soy el ser que se mete al agua en el que siente su medio,  su Tierra del Fuego. Un ser que, a pesar de vivir en la era moderna donde los materiales, las embarcaciones, los equipos y la cercanía con toda clase de información abre una diferente perspectiva de todo, busca la simpleza, rusticidad y pureza de la interacción con su hogar, su mundo, su momento en el agua. Ese ser es el que se embarca conmigo toda vez que me siento en la embarcación y ando por ahí en las aguas fueguinas.

 Hay un espíritu puro que siempre va en el bote, que sabe conectarse con su mundo, no  importa en qué modelo llegue a tocar tierra. Si su embarcación la construyó en este caso con manos propias. Si va a durar de 1 a 2 años, si va a necesitar en tierra mantenerse húmeda para ser calafateada o no. Si el remero hoy porta una certificación que estandarice su conocimiento o competencia o debió pasar un rito de iniciación para ser adulto, cuánto pasó para que lograra conocer y navegar las aguas para hoy transportar a toda una familia a cargo.
No importa qué clase de comida lleve a bordo o si debe proveérsela arponeando un lobo, o largando su perro a cazar una nueva nutria… No son tantas las diferencias, porque siento que hay algo que nos une muy fuerte, una energía que conecta todo. Viene como una suave brisa y me envuelve. Y esa delicia siempre se instala cuando navego.

Ese espíritu tal vez sea la precisa respuesta a tantas preguntas,  por qué sigo remando, por qué esta pasión de remar en Tierra del Fuego, por qué deseo remar mejor, ser diestra en mi embarcación, desenvolverme bien en las que siento mis aguas. Por qué deseo llevar esto más allá, como si no pudiera bajarme del bote aún cuando ya estoy en tierra. Como si pasara la mayor parte de mi tiempo embarcada.

Es como si el espíritu en el agua me reclamara, por momentos, que nos tornáramos uno y el pudiera remar en mí, y yo humildemente pudiera regocijarme en su esencia, su poder, su sabiduría, su sentido de pertenencia hasta el día de su muerte física con su vida de navegante.
Es como si los dos sólo nos dedicáramos a vivir con todos nuestros sentidos nuestro lugar, sin la necesidad de demostrar pericia, en el anfiteatro de los que observan.
Es como si sólo buscáramos otra vez en forma consciente algo que ningún papel le puede dar a un kayakista hoy. Algo que viene de más allá en el tiempo, la espontánea experiencia de no navegar por ningún premio, ni evaluación, sólo por conectar y sentir un poquito la dicha del todo.

 Esa sensación deliciosa que debe haber sentido el yámana cuando olía la humedad de su canal Onachaga a punto de llover. Sentir en la espalda el viento que se levanta y cambia de cuajo los planes en el agua, instala otra sensación nítida, de que aquí nunca está dicha la última palabra. De que llegó el momento de buscar un recodo, un rincón donde guarecerse y preparar el fuego, para ahora llevar la magia a tierra, en el interactuar  con el medio sin arrogancias, ni falsos temores, estar a la altura de Tierra del Fuego en el sentirla. No el combatirla, ni el tratar de ganarla.

Entender y rendirse ante este sabor delicioso y placentero que es adictivo. El espíritu, el bote, el medio y el fuego en tierra, nuestro mundo está completo. Nuestra alma es acariciada por algo más allá de las palabras.



Navegar por el sólo placer de sentir esta inmensa dicha, que trasciende eras, porque las almas son las mismas…

 Moni

2 comentarios:

  1. Te leo y casi me parece escucharte.
    Una buena meditación para terminar el día cuando el siguiente ya marca las horas. Gracias.

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  2. Bella reflexion desde el alma, desde el UNO que nos une a todos en la misma danza energetica...namaste, Grande amiga!!

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