jueves, 16 de septiembre de 2010

LA NATURALEZA EVITA AL HOMBRE

Este es un escrito para contar una salida de tantas. La salida común de domingo en casa. El trámite práctico y ágil de llegar en auto a la costa del mar que uno tiene a un paso, siempre en la búsqueda de ese contacto necesario al que te acostumbra el kayak.                        

                                                                   

Este luminoso y apacible día que pareciera haber persuadido al océano de relajarse un poco, nos da la posibilidad de alejarnos de la ciudad unos 14 kms. para acceder a la zona de la “isla de los lobos”, el apostadero ya mencionado, de lobos marinos de un pelo que aprovecharon el promontorio rocoso hecho por el hombre hace unos años, para TRAER VIDA AL MUNDO, en un lugar con una historia de la que tal vez sea bueno hablar.




Es una zona del océano muy abierta, donde las condiciones siempre son otras. Sólo al acercarse hasta aquí el kayakista va a reunir finalmente la información necesaria para poner en práctica el juicio y desertar…o meterse al mar.

No es la primera vez que las ganas nos trajeron hasta aquí, lejos del ruido de los autos y el contacto visual de la ciudad. Hasta hoy no había sido posible la navegación.



La kayakista apasionada por la naturaleza soñaba con el momento de visualizar estos animales increíbles que pululan por el Beagle, pero aquí siempre fueron la noticia del día para el riograndense cuando en un paseo por la playa se producía el imprevisto encuentro con el nadador que descansaba en tierra.



Sabiamente deciden no establecerse cerca del hombre, si bien son animales curiosos, especialmente las hembras.                                                                          




Me invadía la curiosidad a mí también. Siento que los patagónicos somos altamente privilegiados de convivir, en algún aspecto compartir la región con esta clase de fauna tan especial y buscada hoy de otra manera. Sinónimo de turismo aventura, de paseo con tinte ecólogico. Donde lo que se vende es lo prístino, lo salvaje, lo natural que otros no tienen a la mano. Lo que hoy empieza a verse con otra óptica en el mundo. Cómo no sucumbir ante la tentación de ver y escuchar los lobos que eligieron Río Grande?...



El ritual del ingreso al agua entre palpitaciones de adrenalina y esa mezcla de traspaso de lo conocido a lo nuevo que se da siempre en mí, me hace sentir como un kloketen, el adolescente selk´nam que sería iniciado a la vida y a los conocimientos de la adultez en la ceremonia del Hain. El nuevo mundo por conocer y adoptar, mezcla de miedo, conocimiento, responsabilidades y mucha conciencia ante todo.

Así lo asumí. Si es miedo, reconocimiento de la propia pequeñez, sabia inquietud del kayakista nuevo, el precalentamiento para otros, nunca me preocupa. Prefiero pensar que todo es digitado más allá de uno y que de hecho existe una especie de Hain subyacente en todo, donde debo transitar el camino sabio y obligado, lógico de acuerdo a mi condición.




El mar me invita a entrar. Parece un estanque, un lago fueguino en descanso. Oportunidad única, casi irrepetible. El frío… incorporado. La marca registrada del invierno, nada de qué asombrarse porque quedó en segundo plano.

Es el sol quien hoy parece aún más generoso cuando la hierba aquí y a lo lejos está blanquecina, hace resplandecer absolutamente todo, te crea la falsa ilusión de que el termómetro no está bajo cero, le sacude al fueguino el hastío que siempre lo invita al encierro.



Llena el paisaje de vida en todo ámbito, el ser humano despierta e increíblemente busca su esencia, el contacto con el aire y la luz. Me hace reflexionar que aquí no todo es tan hostil a la vida, como tantas veces he escuchado y leído.

                   
                                                                  




Ponemos proa directamente a la pequeña isla a medio kilómetro de la costa, adivinando la silueta de los novedosos pobladores que me mantienen en vilo. Desde tierra no es posible verlos. Internamente me hago fundamentalmente una pregunta, qué es prudente y qué no. Cuál debe ser la actitud del hombre frente a un animal como éste, desconocido y arisco al contacto, a diferencia de aquellos anfitriones del Beagle prontos a cortejar al kayak que se acerca o a recibir a los catamaranes con vivacidad.





La ansiedad esta vez también pasaba por dejar un buen registro para compartir con la gente que valora este tipo de cosas. Probar la “tecnología última generación” que el hombre crea incansablemente para plasmar de alguna forma también en lo natural su marca, la huella de su invasión. Esa falsa concepción de que lo registrado superará o cortejará lo vivido, cosa por defecto imposible, en mi opinión.



Camino a la isla, me encuentro con un colchón de algas, “cachiyuyo”. Una formación vegetal que adopta magnitudes increíbles constituyendo en los mares y canales del sur fueguino verdaderos bosques submarinos. Echan raíz en los fondos rocosos, la mujer yámana se lanzaba al agua cerca de las costas para atar y así asegurar la canoa de corteza en estas algas.




Cerca de la isla, el mar adquiere un movimiento más pronunciado. De a poco con cada minuto se empieza a escuchar el sonido de la VIDA. Los huéspedes sonoros lo hacen todo muy peculiar cuando uno se acerca en su embarcación silenciosa. Para mí es la presentación humilde y acorde que el hombre debería rendir cuando uno ingresa en el hogar de otro compañero natural.




El hombre debería rendir su respeto. Pero no siempre fue así.




El momento esperado llega. Me acerco lo suficiente como para sentirme impactada e inquieta. Esta modesta roca rebasa de vida por donde se la mire. Lobos de todos los tamaños, un macho erguido imponente, predomina en tamaño visiblemente. Me siento amenazada por su sola presencia allí. Hembras estilizadas y brillosas. Cormoranes y otras clases de aves conviviendo con ellos, otras sobrevolando la isla hacen a la armonía de lo que se me presenta. Un espectáculo que las palabras no podrán transmitir.





Cerca de Marcelo unos ejemplares se tiran al agua. Y para nosotros es la señal de que llegó el momento de la retirada. Para el kayakista como primera vez es más que suficiente. Estamos en mar abierto. Nunca se sabe aquí en qué momento el viento fueguino va a venir a acompañarnos. El compañero incansable de la región que tras padecerlo también aprendí a darle el valor que merece. Es ésta una tierra arisca que no se entrega a primeras al kloketen. Cuando bota su kayak al agua debe ser en acto de timidez frente al poderoso espíritu que arrecia escondido.




Toda salida a partir de esto siempre va a tener un sabor especial por no saber qué vaticinar. Un sabor muy exquisito que se puede aprender a degustar. Es una tierra donde las cosas se deben acariciar suavemente o se deben enfrentar con estoicismo, pues el alumno va a ser probado muchas veces sobre el compañero que eligió para ingresar en los dominios del espíritu fueguino.





Lo que se ignora se respeta, o se teme. Nos retiramos rápidamente. Sólo una vez miro hacia atrás en la fantasía de que los nadadores pueden venir detrás del otro kayak. No es extraño, en el Beagle, se lanzan de las piedras, y cerca de los kayaks, los tocan sutilmente entre corridas y saltos.





Esperaré mi turno pacientemente para cuando la próxima visita sea posible. Me doy por satisfecha. Recibí la cuota necesaria para sentirme otra vez llena y privilegiada. Poder disponer de esto acá mismo me sobrecoge, me llena el alma.

Ambos el kayak y el agua se han complementado para ser vehículos insustituibles en mí. El silencio y la música de la naturaleza se conjugan con la sintonía de la reflexión sin interrupción. Es un trance que agradezco y espero aprovechar como corresponde.



En oleaje, en las transparentes aguas en calma. En un río fueguino, en los lagos de cordillera…se instala en mí esta conexión con el interior que me renueva y me hace crecer.





Sobre la vuelta observo la inmensidad de la estepa fueguina, amarilla en esta estación. La silueta del Cabo Domingo el único personaje en pie que parece más alto de lo que es por el sólo hecho de sobresalir sobre la tierra plana.



Y me invade un sentimiento que embarga. Será porque el kayak lo determina así, porque es necesario meterse para dentro. El recuerdo de tantas vidas selk´nam que el blanco tomó en este cerro hace cientos de años en la estéril lucha por la tierra y el poder. Un riograndense puede no haber leído mucho de etnias, no tener noción específica de la historia de la tierra que lo cobija pero no ha podido de niño escapar a esta triste anécdota. Será porque el destino se encarga de que lo que debe salir a la luz trascienda…?



Será por eso que se me concedió la oportunidad en mar abierto y sólo de minutos de observar el espectáculo anhelado y quedó en mi memoria siendo esquivo a la cámara artificial.



Será porque todavía no aprendimos ni pagamos. Al animal alegre y curioso que en tierra era por demás indefenso y sufrió en el pasado un acecho sin tregua por su aceite y cuero casi al punto de su extinción. Que hoy eligió un promontorio rocoso para crear vida, sobre los restos de una montaña sagrada para el ancestro indígena que el hombre moderno dinamitó sin miramientos en la “tierra de las montañas” y trajo hasta aquí para acrecentar su poder industrial.?





Porque el hombre no ha rendido culto ni el debido respeto por lo que aún busca?



La naturaleza aún procrea sobre los restos, aún nos permite observar. Será porque el kayak a su manera pide permiso y no invade. Algo para aprender.



Moni

2 comentarios:

  1. Que agradable y ameno todo Moni, te felicito! Estare "visitandote" en cada publicación.

    Guillermo de Cba.

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  2. Monica,
    Que maravilla... el kayak, el agua, los silencios, los animales... vivir estas experiencias debe ser increible!

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